El sueño español

14/08/2017

Hace unos días, mientras retomaba la rutina culinaria después de la locura navideña, se me ocurrió poner en la tableta un programa de actualidad. Uno de esos que realizan las cadenas privadas en donde el presentador de turno se las ve y se las desea para darle a los telespectadores toda la chicha (entiéndase por chicha "el asunto espinoso" en cuestión) posible.

 

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Opté por uno en el que se contaba cómo era el día a día de las figuras conocidas como au pairs. Es decir: de jóvenes (casi siempre mujeres menores de veinticinco años) que se establecen durante un tiempo indeterminado en la casa de una familia generalmente inglesa para cuidar a los niños, mejorar el idioma y continuar los estudios.

El programa venía a contarnos una realidad mucho menos seductora: esas au pairs son explotadas en sus puestos.

En principio su tarea sería cuidar de los niños de la familia durante cuatro o cinco horas diarias pero la rutina a la que se someten nada tiene que ver con eso. Trabajan unas doce horas diarias haciendo todo tipo de tareas domésticas (que conste: limpiar el baño y cocinar no tiene nada de malo, pero no cuando el acuerdo era cuidar de un bebé).

Esas jóvenes hablaban a la cámara con la mirada llena de hastío. Realmente sentí lástima por su situación. Y pena.

Y rabia. Pero no por esas familias amorales que las utilizan como a robots. Sino por ellas mismas, porque cuando hablaban se percibía que se les ha roto la brújula que debería marcarles el camino a su bienestar.

Si paramos a un joven por la calle y le preguntamos sobre el panorama laboral y social de España nos responderá que es pésimo, que no hay futuro.

Pero lo hay. Lo veo cada día.

Quizá el problema resida en que nos queremos poco. Un americano cree en su sueño americano: sabe, porque se lo inculcan desde que nace, que puede llegar a ser el presidente si lo desea. Pero a un español se le dice que todo está perdido y que es mejor que abandone el barco.

Me parece de una tristeza suprema.

Vivimos en un país que nos ofrece las mismas (o más) posibilidades que muchos otros. Pero no lo vemos, o no lo queremos ver, que es peor.

Quizá si a nuestros niños les contáramos desde que son pequeños que pueden ser sus propios jefes, que pueden crear empresas que ofrezcan puestos de calidad a otras personas, le estaríamos llenando la cabeza de esperanza. Y de optimismo.

Me parece mí que una de las tareas del futuro debería ser creer en el sueño español.

 

Queridos lectores, pronto más.

María Jeunet.

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